domingo, 20 de enero de 2013




La mujer del aro en la nariz
16/01/2013 – 12:00 p.m.



Viajar en los buses de la ciudad de Managua (si no es abuso de la palabra llamar de esa manera a la capital de mi país, Nicaragua) es toda una aventura que amerita conocer las técnicas de supervivencia y la pericia edificada de toda una vida usando el sistema de transporte de la capital para poder sobrellevarla con resignada paciencia.

Supervivencia dije, así como lo lee, supervivencia. No exagero. Si comparto con el lector la misma penitencia de quien sabe que pecado ancestral, sabrá que en ciertas ocasiones al subir o bajar de un autobús capitalino ha sentido íntimamente la brisa de la muerte.

Sin embargo hay ciertas ocasiones en que durante estos tediosos viajes la instintiva mirada nos desvía de la indignación hacia ciertas cositas que en realidad según nuestros gustos y con mucho respeto vale la pena apreciar: Una hermosa dama bien perfumada, un elegante caballero cordial con las damas y los ancianos; alguno que otro niño adorable que provoca ternura o el centro de este escrito, una voluptuosa adolescente coqueta que a cualquier varón con sus cinco sentidos intactos le hace tambalear la mesura.

Saben de lo que estoy hablando. Es una especie de mezcla entre niña y mujer, la cual se bate entre una mirada inocente y una sensual silueta. De su vestimenta depende la ojeada picante e inquisidora o el vistazo imparcial. Esta emulsión de niña y mujer, abordo el bus abriéndose paso entre los pasajeros, contorsionando su esbelto cuerpo (que se cubría con un short, quizás el mas corto que en estos buses halla podido ver o me halla podido imaginar y una mini ceta que sumada al short dejaban al descubierto el noventa y cinco por ciento de su cuerpo) hasta quedar justo frente a mi en la parte trasera del bus en la que nadie es dueño de nada. Por lo dicho anteriormente, los reflectores masculinos se ajustaron picara y vulgarmente sobre la chica que además llevaba como único accesorio, un aro en su nariz, justamente del lado izquierdo de su cara la que casi acariciaba mi parte derecha en el atiborrado autobús. Particularmente me dije que la mezcla llevaba más de niña que de mujer, así que percibí, aprecie y me prepare a relegar la mirada.

Creo que el brillo del aro fue el detonante para que el colectivo masculino emitiera los impertinentes murmullos, las morbosas miradas y las risitas vulgares que se dieron en el corto viaje de la chica. El acto final fue una mano impulsiva que rozo a la muchacha al bajarse del bus la cual provoco una fallida cachetada acompañada de improperios para la madre del autor. Digo que fue el aro porque se confabulaba con los atributos de la chica, inhibía un poco la moral despreciando la notoria corta edad de la adolescente, quizás rondaba los catorce años a mi parecer. Eso y el hecho de ser el único accesorio daban la pauta al irrespeto que se señoreaba también por la falta de acompañante de la joven. Analice lo inapropiado del asunto, gesticule un tímido rechazo y baraje algunas dudas (sola, vestimenta atrevida, solo el aro nada de bolsos o carteras) pero muy pronto olvide instantáneamente a la niña del aro en la nariz para volver a mi estado de indignación a la espera de otra distracción.

Estaba a punto de llegar a mi destino. Un atraso de quien sabe que impedía el pase del bus a una rotonda de su ruta, la cara agria del conductor, los “hijueputazos” a los agentes de transito por los pasajeros inconformes por el desvío y el llanto de un bebe por lo inapropiado del ambiente, me sublevaron el animo. Sinceramente sentí ganas de sumarme a los “hijueputazos” pero no, hice uso de la pericia de usuario y me dije: ya pasará.

La distracción resulto ser la ruta improvisada, zona turística, un hotel, un conocido restaurante, un bar gay, un centro nocturno, mira las “putas” le dijo una robusta e intimidante señora al niño que la acompañaba, señalando a unas tristes y ociosas mujeres instaladas en una esquina. Mientras el bus se alejaba de ellas una chica bajaba de una destartalada camioneta, era ella, la niña del aro, aunque creo que ya no lo llevaba y así de lejos no me pareció tan infantil, la mezcla después de todo tenia mas de mujer que de niña y de seguro la esencia de niña tenia tiempo de haberse disipado en los aires del descuido y la mala suerte. Dude y abrí bien los ojos confirmando que si, era ella, la mujer del aro en la nariz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Valla valla, mira que enpieso a seguir tu blog y como blogger te pido un favor por fis, quita de los comentarios las validaciones innecesarias para ver que si el que comenta es un robot jajajajaja...
Pero bueno, que historia nos acabas de regalar, no se si mencionastes el color del short y la mini ceta, yo lo vi rosa y negra jajajaja no se si me equivoque, y le vi en el cabello rallos artificiales que despuntaban una cola de caballo lisa y pesadita... jajajj
buena entreda...

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