jueves, 24 de enero de 2013


Ese viejo no debería estar así
20/01/2013 – 03:00 p.m.


Los domingos, por lo general, el asalariado se levanta un poco mas tarde. No solo el asalariado, igual el que trabaja por cuenta propia y hasta los que no trabajan, para no perder la costumbre, se levantan ya bastante entrada la mañana. Es el día de descanso, descanso del trabajo de la semana, es el día de la familia. Es el día de la resaca, Es el día del Señor, aunque algunos servicios religiosos son bastante tempraneros, siete u ocho de la mañana, hay que hacer algunos ajustes en el horario señores lideres de las iglesias. En fin es el día de la hamaca, la tijera, el sofá, de la mecedora en el porche, de la “sopasa” y que triste es tener que trabajar mientras otros descansan o se divierten. 

Cuando te toca trabajar un domingo aquí en Managua, rumbo al trabajo te vas topando con los excesos del día anterior: flamantes señores trabajadores, pidiendo la entrada a sus casas después de una maratónica ingesta de alcohol; jóvenes restregándose los ojos ante el sol matutino al salir de la discoteca; agotadas muchachas yendo a casa después de una noche ardua de trabajo y por supuesto los zombis: inhalantes de pegamento, tomadores consuetudinarios, uno que otro enfermo mental, si la analogía no les parece pues veamos, los imaginarios zombis desarrollan salvajemente el instinto primario y buscan como alimentarse de otras personas comiéndoselas, y estos zombis urbanos para saciar su instinto primario (la pega, el guaro y no se que cosa a los pobres enfermos mentales, talvez si, la comida) nos extienden la mano, son zombis civilizados, piden en vez de morder, y tu que piensas, mis impuestos deberían ayudar a estas personas, inútiles gobernantes, si a primera instancia te gano el altruismo pues con la imagen del panzón legislador, judicial, ejecutivo o electoral, te “arrechas” y no le das nada al pobre indigente. Al avanzar en tu camino te dices, mala acción ciudadana con el zombi, si en un descuido, en mi Nicaragüita, de la noche a la mañana podría estar acompañándolos en sus harapos, por lo menos denle a los loquitos.

Ni modo me ha tocado trabajar los domingos, al verme a las doce del medio día, almorzando solo, me digo a mi mismo, yo no debería estar aquí, pero me doy un bocado y al mismo tiempo me trago la auto conmiseración y con el refresco me la llevo hasta el fondo para que me deje tranquilo, por el momento, porque al llegar a casa tengo que usarla en voz alta y bien interpretada para que con la actuación me gane el “ese es mi padre trabajador” de mi pequeño hijo y el “ese es mi marido esforzado” de mi esposa. Puras mañas. 

Cuando ya iba a la casa me tope a un anciano vendiendo chocolates, no lucia como un zombi, llevaba el atuendo de uno, pero con la diferencia de que sus ropas estaban aseadas y bien puestas, algunas personas lo veían como tal, un joven le dio algunas monedas y le dijo que no quería la mercancía, a manera de limosna, el anciano aceptaba la generosidad pero al desviar la mirada note la frustración de toda una vida, la indiferencia de sus vástagos, porque seguro los tenía, lo acompañaba un niñito con la carita quemada por el sol y la pansita llena de parásitos que le salía por la camisita chinga. Seguramente nieto. 

No se si este viejo de cara sufrida, trabajó los domingos, pero conozco muchos que si lo hicieron y están igual o peor que el, se preocuparon tanto por sustentar a los suyos y se descuidaron con ellos mismos, al no garantizar el sustento para los días de pasos lentos y fuerzas escasas. Se de abuelas que mantiene a hijos, nietos y biznietos, de padres que mantienen a nueras, yernos y entenados. Ese viejo no debería estar así, me dije, a mi no me gustaría a esa edad estar así, le compre unos chocolates y al llegar a casa no me hice el sufrido, mi hijo me pidió los chocolates y yo le dije, te los tienes que ganar, lo pensé en el camino y talvez esa es la clave para no quedar como el viejo al que le compre chocolates en un domingo de trabajo.

domingo, 20 de enero de 2013




La mujer del aro en la nariz
16/01/2013 – 12:00 p.m.



Viajar en los buses de la ciudad de Managua (si no es abuso de la palabra llamar de esa manera a la capital de mi país, Nicaragua) es toda una aventura que amerita conocer las técnicas de supervivencia y la pericia edificada de toda una vida usando el sistema de transporte de la capital para poder sobrellevarla con resignada paciencia.

Supervivencia dije, así como lo lee, supervivencia. No exagero. Si comparto con el lector la misma penitencia de quien sabe que pecado ancestral, sabrá que en ciertas ocasiones al subir o bajar de un autobús capitalino ha sentido íntimamente la brisa de la muerte.

Sin embargo hay ciertas ocasiones en que durante estos tediosos viajes la instintiva mirada nos desvía de la indignación hacia ciertas cositas que en realidad según nuestros gustos y con mucho respeto vale la pena apreciar: Una hermosa dama bien perfumada, un elegante caballero cordial con las damas y los ancianos; alguno que otro niño adorable que provoca ternura o el centro de este escrito, una voluptuosa adolescente coqueta que a cualquier varón con sus cinco sentidos intactos le hace tambalear la mesura.

Saben de lo que estoy hablando. Es una especie de mezcla entre niña y mujer, la cual se bate entre una mirada inocente y una sensual silueta. De su vestimenta depende la ojeada picante e inquisidora o el vistazo imparcial. Esta emulsión de niña y mujer, abordo el bus abriéndose paso entre los pasajeros, contorsionando su esbelto cuerpo (que se cubría con un short, quizás el mas corto que en estos buses halla podido ver o me halla podido imaginar y una mini ceta que sumada al short dejaban al descubierto el noventa y cinco por ciento de su cuerpo) hasta quedar justo frente a mi en la parte trasera del bus en la que nadie es dueño de nada. Por lo dicho anteriormente, los reflectores masculinos se ajustaron picara y vulgarmente sobre la chica que además llevaba como único accesorio, un aro en su nariz, justamente del lado izquierdo de su cara la que casi acariciaba mi parte derecha en el atiborrado autobús. Particularmente me dije que la mezcla llevaba más de niña que de mujer, así que percibí, aprecie y me prepare a relegar la mirada.

Creo que el brillo del aro fue el detonante para que el colectivo masculino emitiera los impertinentes murmullos, las morbosas miradas y las risitas vulgares que se dieron en el corto viaje de la chica. El acto final fue una mano impulsiva que rozo a la muchacha al bajarse del bus la cual provoco una fallida cachetada acompañada de improperios para la madre del autor. Digo que fue el aro porque se confabulaba con los atributos de la chica, inhibía un poco la moral despreciando la notoria corta edad de la adolescente, quizás rondaba los catorce años a mi parecer. Eso y el hecho de ser el único accesorio daban la pauta al irrespeto que se señoreaba también por la falta de acompañante de la joven. Analice lo inapropiado del asunto, gesticule un tímido rechazo y baraje algunas dudas (sola, vestimenta atrevida, solo el aro nada de bolsos o carteras) pero muy pronto olvide instantáneamente a la niña del aro en la nariz para volver a mi estado de indignación a la espera de otra distracción.

Estaba a punto de llegar a mi destino. Un atraso de quien sabe que impedía el pase del bus a una rotonda de su ruta, la cara agria del conductor, los “hijueputazos” a los agentes de transito por los pasajeros inconformes por el desvío y el llanto de un bebe por lo inapropiado del ambiente, me sublevaron el animo. Sinceramente sentí ganas de sumarme a los “hijueputazos” pero no, hice uso de la pericia de usuario y me dije: ya pasará.

La distracción resulto ser la ruta improvisada, zona turística, un hotel, un conocido restaurante, un bar gay, un centro nocturno, mira las “putas” le dijo una robusta e intimidante señora al niño que la acompañaba, señalando a unas tristes y ociosas mujeres instaladas en una esquina. Mientras el bus se alejaba de ellas una chica bajaba de una destartalada camioneta, era ella, la niña del aro, aunque creo que ya no lo llevaba y así de lejos no me pareció tan infantil, la mezcla después de todo tenia mas de mujer que de niña y de seguro la esencia de niña tenia tiempo de haberse disipado en los aires del descuido y la mala suerte. Dude y abrí bien los ojos confirmando que si, era ella, la mujer del aro en la nariz.